Por alguna estúpida razón llegamos a la conclusión de que el amor está en el aire, a la vuelta de la esquina, pero "si tiene que llegar llegará", creemos que todo viene de arriba, cuando en realidad ni siquiera sabemos que hay más allá. Después de nuestros límites, después de la frontera de nuestra imaginación, de nuestra creatividad.
Andamos cegados por el camino que conduce a la vida, quizá sea de tanto buscar.
Necesitamos una pausa, un tiempo para meditar, para revaluar nuestras ideas, para plasmarlas en un papel, para dibujar.
Hay una diferencia entre el "debemos" y el "podemos".
Debemos mirar baldosas atrás, retroceder unos cuantos años, quedarnos en la infancia, en el soñar.
¿Podemos? Claro que no, lo hecho, hecho está.
Si todos tuviésemos una máquina del tiempo viajaríamos al pasado para enmendar nuestros errores, y al futuro, para descubrir lo que nos sucederá. Porque vivimos con miedo, con miedo a no saber, a morir, a yacer, y cuando le das un giro de trescientos sesenta grados a tu vida te das cuenta de que de eso se trata VIVIR, andar, sentir, soñar, viajar, descubrir. ¿Y el presente? Para eso no nos sirve la máquina del tiempo. A veces ni cuenta nos damos en que tiempo vivimos (preocupados por el ayer y por el mañana) el hoy no es vivido.
Llega una etapa de tu vida (ya tengas diez, veinte, cuarenta u ochenta años) donde abres los ojos, ves la realidad (porque hay una sola), donde ves la pobreza, donde ves la felicidad, donde sientes que tienes que hacer algo, actuar. Miras a tu alrededor y al fin caes en la cuenta, solo vienes al mundo, solo te irás, y justo cuando estás al borde del precipicio, cambias, intentas dejar la huella, la marca, no para comprar el cielo, ni el infierno, para quedar en el recuerdo de cada ser.
Para vivir eternamente.